"Ponencia leída
en las Jornadas sobre el medio ambiente del Consejo General del Poder Judicial
celebradas en Segovia, el 29 y 30 de septiembre de 1988."
Mi primer acercamiento al mundo
del medio ambiente fue netamente sociológico. Consistió simplemente en una
visita que hice al padre Giménez de Parga en Palomeras, un barrio de Madrid que
entonces era un <<bidón-ville>> donde llegaban extremeños y
andaluces y cuyo olor a miseria me impregnó el alma para siempre.
En aquellos días de la mita de la
década de los sesenta, en plena euforia del desarrollo turístico y en plena
leva forzosa de las gentes del campo hacia los grandes centros de consumo,
cambié mi fulgurante despacho a la americana por algo que en sí fue más
político que la política: el cuidado del entorno, la denuncia de cómo eran
obligados a vivir fuera de sus condiciones naturales millares de personas y el
riesgo que ello conlleva de que sucediera justamente lo que ha sucedido: la
ruina de la dignidad humana de aquellas personas y la delincuencia masiva a que
eran inexorablemente empujados los desposeídos de todo ante el impacto de lo
que entonces se llamaba la publicidad exterior. Los grandes carteles con
magníficas señoras que abrían magníficos
frigoríficos, partían exquisitas tartas, se apoyaban en formidables automóviles
y viajaban en dos piezas hasta paraísos hawaianos.
Todo aquello adobado con unas
casas, cuyos poseedores eran entonces los menos, donde un estornudo del vecino
te volará el mantelito de la camilla y en las que los actos más íntimos eran
sonoramente propagados en todas las direcciones del inmueble. Amén por supuesto
de la inexistencia de zonas libres que no fueran otra cosa que vertederos, y
aún así escasas.
Mi primer artículo, editado en la
revista Índice, de la que yo era Secretario del Consejo y Presidente lo era
Antonio Hernández Gil, y que tuvo que
ser limado en todos los sentidos, trataba justamente de este tema, cuando
todos hablaban de otros temas como el contraste de pareceres dentro del Régimen
o la revolución pendiente en los cenáculos. Eran tiempos duros para el
asociacionismo, por lo que me costó años convencer a algún amigo de la
necesidad de trabajar en este sentido asociados. Finalmente en 1970, y bien
protegido con nombres que decían mucho en el estatus de la dictadura, formé la Asociación Española
para la Ordenación
del Medioambiente (AEORMA), que finalmente fue aprobada por el Ministerio de la Gobernación con la mediación
de mi amigo Nicolás Franco, y en la que estaban personas como Faustino Cordón,
Antonio Colodrón, Ramón Tamames, José Luis Aranguren, Vidal Beneyto, Javier
Castroviejo, y a la que luego se sumarían muchas otras personas que nos han
seguido, del movimiento ecologista en España.
La génesis remota de los
movimientos ecologistas hemos de buscarla no tanto en las sociedades
humanitarias de protección de los animales domésticos, como en el movimiento
internacional que en la última mitad del pasado siglo se produce como
consecuencia de las masivas eliminaciones de espacios naturales que tuviesen
lugar en Norteamérica, donde como reacción a la eliminación de búfalos e indios
se crea en 1887 el primer parque nacional del mundo en el Yellowstone.
En España, que ya andaba algo
atrasada, ese movimiento llega en la primera década de nuestro siglo de la mano
del marqués de Villaviciosa, a cuya tenacidad y cuna se debió que felizmente se
crease el Parque Nacional de Covadonga en 1917, el de Ordesa en 1918. desde entonces
nada se ha hecho con la excepción del artículo 45 de la Constitución
Republicana de 1931, que se preocupó por las bellezas
naturales y que dio origen a la creación de la Comisaría de Parques
Nacionales, que durante tres años tuvo un normal funcionamiento, creándose una
serie de Sitios Naturales de Interés Nacional, como el Pico y Lagunas de
Peñalara, el Pinar de Acebeda en Valsaín, el Torcal de Antequera, la Ciudad Encantada de Cuenca,
etc.
Todo ello fue relegado por la
necesidad imperiosa de sacar adelante una economía nacional que había sido
arruinada por la insurrección del General Franco y la guerra subsiguientes, que
fue seguida de la Segunda Guerra
Mundial y luego del cerco internacional con la carestía generalizada de todo,
lo que llevó a las clases más populares, que entonces habitaban
mayoritariamente en el campo, a llevar hasta sus últimas consecuencias la
actitud depredadora del hombre tanto en el terreno de la leña y madera como en
el de la piel y la carne.
Fueron tiempos duros para la nuestra
naturaleza que incidieron de una forma rotunda en la mentalidad de muchos y que
dejó como secuela una normativa de exterminio para las
<<alimañas>>, que era por otro lado lo único que quedaba indemne de
la voracidad popular. Este estado de cosas determinó en mi generación una
sensación de orfandad natural de tal magnitud que nos predispuso seguramente
para comenzar a preguntarnos, cuando ya éramos adultos, sobre lo que había
pasado con nuestros socios de hábitat.
No obstante, en los años sesenta
se salía aún poco al campo, el automóvil era aún un privilegio y las clases
medias urbanas tenían que permanecer aún los fines de semana en la ciudad,
ciudad a la que habían sido en su mayoría empujados desde la necesidad de las
áreas rurales, y en la que una feroz especulación y una indecorosa manera de
hacerse rico habían llevado a vivir en condiciones realmente lamentables.
AEORMA se definió desde un
principio por la problemática del hombre, por su medio, que definimos en los
estatutos <<como compendio de valores naturales, culturales,
histórico-artísticos, sociales y estéticos que forman el entrono del
hombre>>.
Existía ya una asociación
faunística, creada dos años antes, ADENA, y que tenía en su Consejo a lo mejor
del franquismo, y que estaba concebida como una institución donde el dinero corría con una cierta
soltura, se dedicaba Rodríguez de la
Fuente a vender campañas publicitarias a Kodak y Coca-Cola y
era más un negocio de publicidad que una asociación de defensa de la fauna. La
polaridad quedó en seguida establecida y la popularidad de AEORMA entre los
naturalistas –que son en su mayoría gente de mucho orden- fue apabullante desde
que decidimos hacer la primera acción directa en contra de los depredadores de
especies de extinción como lo era el urogallo que habitaba en los Ancares, al
que habíamos estudiado y para el que
pedimos tanto ala Dirección General de Montes como a los cazadores que habían
sido agraciados en el <<sorteo>> que se abstuviesen de cazar
aquellos bichos de los que quedaban muy pocos, y que era una subespecie propia
de aquellos montes cántabros. Ante la negativa pasamos a la acción y fuimos a
espantar la caza al primer cazador, que coincidió que era el Ministro de
Turismo, señor Fraga, con el consiguiente escándalo y persecución nocturna. El
diario Informaciones sacó una
deliciosa historieta en viñetas hechas por Luis Carandell que comenzaba
diciendo: A Fraga un vasallo le ha espantado el urogallo.
Ahí comenzó un estilo de
reivindicación absolutamente inusual y bien visto, que agradó a la gente. Hoy
el urogallo de la Cordillera Cantábrica
está protegido y ha medrado con éxito.
Pero como ya he dicho, no era la
especialización de la naturaleza lo que más nos llamó la atención, sino el
ambiente urbano. Hicimos caer en la cuenta a los medios de comunicación de lo
que luego se conoció como la boina negra que había por las mañanas en nuestras
ciudades, y comenzamos a hacer seminarios sobre los trastornos psíquicos
debidos a los ruidos ambientales y a la escasa calidad de las viviendas, que no
proporcionaban la sensación de territorialidad necesaria para el individuo en
su propia casa. Hicimos, con la con la colaboración del diario Madrid y después del Informaciones, una sistemática campaña
de prensa que caló muy rápido porque a esta corriente vino a sumarse la
iniciativa de Naciones Unidas de convocar en septiembre de 1972 la Conferencia Mundial
sobre el Medio Ambiente. En Estocolmo.
En esta primera época AEORMA era
el ecologismo en España. La
Asociación se extendió por toda España rápidamente y su
incesante actividad le llevó a tener un peso en la opinión pública de tal
categoría que se convirtió en peso político.
A partir de ahí comenzaron los
intentos de asalto desde todos los frentes. Unos para deshacerla, otros para
quedarse con ella. A iniciativa mía el Consejo de la Asociación dio entrada
en el mismo a representantes de partidos democráticos en la clandestinidad y en
virtud de ello llegan hasta AEORMA y hasta el medio ambiente personas como
Pablo Castellanos, José María Gil Robles, Donato Fuejo, Armando López Salinas,
Enrique Barón y otros que luego han conservado siempre esa sensibilidad. Con
esta inclusión de las organizaciones llega la calma interior y nos dedicamos a
trabajar, proponiendo un imprescindible trabajo sobre <<Ley General de
Conservación de la
Naturaleza>> (1973), que hubiese sido un antecedente
muy estimable si este país hubiera sido algo más sensible. El proyecto está aún
en el ICONA.
Fundamentalmente comenzamos a
hacer un trabajo jurídico importante, o al menos así nos parecía a nosotros,
que era discutir estos temas como derechos. Así comenzamos paralelamente
estudios técnicos de efectos sobre la salud en las personas producidos por
contaminantes, actividades en que se desarrollaban y posibilidad de denuncia de
las mismas; al tiempo que reclamábamos la promulgación de una legislación
adecuada e inexistente. Pero no por ello dejábamos de promover acciones
judiciales contra el Presidente del Gobierno almirante Carrero Blanco, por
supuestos delitos de omisión en relación con la salud pública.
En el auto de inadmisión de esta
querella se recogían algunos razonamientos tan contundentes como <<que a la Fiscalía de este Alto
Tribunal no compete investigar la legalidad o ilegalidad de los actos del
Gobierno>>. Esto lo decía Herrero Tejedor, me imagino que con un cierto
sonrojo, pero lo decía por primera vez y nosotros le prestábamos nuestra caja
de resonancia con lo que ya de una forma pública íbamos haciendo una presión
real sobre el ejecutivo que entonces era omnicomprensivo.
Por supuesto que en este período
la ecología y la política se mezclaban para luchar contra la dictadura, así
como la dictadura mezclaba la política y la economía familiar. Manía ésta que
no se ha perdido del todo aunque ya no exista la dictadura.
Las campañas de prensa de AEORMA
y su actividad en toda la geografía nacional habían tenido como efecto que
otras personas comenzasen tímidamente a crear asociaciones como ANA (Amigos de la Naturaleza Asturiana),
ADEGA (Asociación de Defensa Ecológica de Galicia) y ANAN en Navarra. Estas
asociaciones seguían siendo de corte netamente naturalista.
Pero el tirón importante para la Asociación y donde se
veía de forma clara que existía una razón inquietante para las poblaciones
afectadas fue la lucha antinuclear que AEORMA había sacado a la palestra en el
verano de 1972 en San Sebastián, donde se organizó un debate abierto sobre el
proyecto de implantación de una central nuclear en Deva. A partir de aquel
momento comenzamos movilizaciones en todos los puntos donde la dictadura
intentaba hacer su gran negocio prácticamente sola y se instrumentaron unos
comités locales que adolecieron en general de rigor y que en la mayoría de los
casos fueron pastos de demagogos que desvirtuaron nuestra propuesta de análisis
de la oposición antinuclear. No obstante AEORMA siguió haciendo sus análisis y
finalmente yo fui detenido en León, cuando íbamos a celebrar una mesa redonda
con 40 alcaldes de la Comarca
del Páramo, para explicar el impacto de la central de Valencia de Don Juan.
Fue en León –después de cinco
días de detención me pusieron en libertad con 100.000 pesetas de multa- donde
nos enfrentamos ideológicamente con el movimiento obrero, que pretendía recabar
para sí también el consumismo.
En AEORMA nos habíamos preocupado
preferentemente del sentido de lo que estábamos haciendo y ello conllevaba una
carga de ideología asumida desde postulados científicos. Sabíamos que la
sobreexplotación de un sistema no es buena y sabíamos que los sistemas
mercantilistas que se basan en la producción de mercancías como unidades de
cambio sobre las que se produce un valor añadido caprichoso que es la
plusvalía, terminan sobreexplotando el sistema, y nos oponíamos por tanto al
consumo desde la práctica diaria, si bien en los últimos años ayudados también
desde el Gobierno. Pero eso no pasaba con los sindicalistas leoneses, que eran
burgueses emergentes, y cuya apetencia final era la dictada por la publicidad:
el consumo, cayese quien cayese, porque lo que sí tenía el obrero, como el
burgués medio, era la clara convicción de que el medio sería de alguien pero no
suyo. <<Cuando un monte se quema, algo suyo se quema, señor
conde>>, había dicho Mingote desde el ABC.
Por ello nuestras campañas de
prensa –teníamos un suplemento semanal en el Informaciones de Madrid- se dirigían a concienciar socialmente
sobre la propiedad indiscutible del medio por parte de la población.
En este orden de cosas planteamos
un interdicto contra el Ayuntamiento de Madrid porque al cortar los árboles del
Paseo de la Virgen
del Puerto en Madrid dejaba sin posibilidad de hábitat a la avifauna que
defendía a los vecinos de los mosquitos del infecto río Manzanares y los dejaba
además sin sombra. De este interdicto recuerdo dos cosas. Una fue que el Juez
no sabía bien si la <<avifauna>> era verdad o una tomadura de pelo,
y nos obligó a explicar qué era eso. La otra fue que los vecinos, en su gran
mayoría militares vestidos de uniforme que asistieron al juicio, se hicieron de
AEORMA, con lo que demostramos a nuestros consorcios los partidos democráticos
un camino para implantarse en la vida cotidiana.
Otro proceso de mucho interés fue
el que presentamos contra el Alcalde de Madrid García Lomas, como responsable
final de un delito de imprudencia temeraria al haber autorizado, contraviniendo
el Reglamento de Industrias Molestas, la construcción a cincuenta metros de una
fábrica insalubre de recuperación de plomo de una colonia de empleados de
Butano, donde la población infantil fue dramáticamente afectada por una
plumbitis que les provocó una anemia y un tremendo desequilibrio nervioso: el
Baile de San Vito. La
Fiscalía de la Sala Segunda del Tribunal Supremo se opuso al
trámite por:
<<La única inconcreta
referencia que en la querella se hace a la posible intervención causal
–autorización o licencia de construcción de viviendas en la zona inmediata a la
industria citada- no puede ser suficiente para determinar tal pretendida
responsabilidad…, ya que por el principio de confianza (¡sic!) no cabe esperar
el incumplimiento por parte de las industrias instaladas en la zona de las
normas de seguridad y salubridad reglamentarias, incumpliendo que, de otro
lado, sería siempre la causa primaria y determinante del daño culposo. Tratar
de fundamentar una responsabilidad en aquella licencia de obras sería igual que
pretender hacer responsable del atropello de un escolar a quien hubiera
autorizado la construcción de una escuela al lado de una carretera.>>
Esto se decía en mayo de 1975 y
contrasta con el informe de la
Fiscalía de Huelva que pocos años después, en la transición,
revolucionó la vida política nacional al denunciar el estado de la cuestión de
la contaminación atmosférica en Huelva.
En el año 1974 la Junta General de
AEORMA se llevó a cabo en Benidorm, saliendo de allí al mismo tiempo lo que se
conoce como manifiesto de Benidorm, de gran interés y que entre otras cosas
reclamaba cuatro principios básicos que deberían regir una política ambiental
inexistente. Estos eran:
-
La actividad industrial ha de estar presidida
siempre por el servicio a la comunidad y no por la obtención de lucro a costa
del expolio de nuestros recursos naturales y la destrucción del medio ambiente.
-
El Estado está obligado a inventariar
exhaustivamente los recursos naturales de la nación y a planear estricta y
racionalmente su utilización.
-
Deben de establecerse índices de calidad en
función del sano desarrollo de la vida del hombre.
-
Se asegurarán, mediante el planeamiento físico,
las condiciones objetivas ambientales idóneas para el desarrollo integral de la
persona y para el descanso y estabilidad psíquica de la población,
sistemáticamente agredida en este momento.
En 1975 la Junta de la Asociación fue en
Coruña y allí se redactó un manifiesto más importante aún, desde el punto de
vista ecológico. En él se pedía al Gobierno de la nación:
a)
El estudio del impacto ambiental
<<No se nos
informa previa y claramente de los proyectos que, de una u otra forma, van a
afectar negativamente a las zonas en las que vivimos y de las que obtenemos
nuestros medios de vida.>>
b)
El delito ecológico
<<No existe
una ley para que a los que expolian los recursos naturales y contaminan y
degradan el medio ambiente se les pueda exigir responsabilidades pecuniarias o
penales por el atentado directo a la salud pública y al entorno.>>
c)
Un nuevo norte social
<<El
desarrollo sólo es cuantificable en términos de bienestar personal,
generalizado en todas las áreas geográficas del país.>>
Así como los dos
anteriores han llegado más o menos, este último se ha distanciado mucho en la
expectativa de que sea recogido por las fuerzas sociales que detentan el poder
del cambio social.
Todavía se iniciaron muchas más
acciones judiciales; creo que en la última en que intervine como Secretario
General de AEORMA fue en 1977 en Guadalajara, debido a la muerte supuestamente
por irradiación total de un obrero de la central nuclear de Zorita de los
Canes. De Juez de Instancia estaba allí Clemente Auger, al que creo que le
consta la imposibilidad probatoria, cuando el perito obligado, la JEN, es al mismo tiempo parte
interesada en demostrar que la energía nuclear no mata.
Es en estas fechas, incluso ya en
1976, cuando se debe firmar un pacto excusado entre las fuerzas políticas para
desmantelar el movimiento ciudadano, el cual quedó desarbolado. AEORMA,
consciente de su peso en la opinión, prefirió dar prioridad a la transición
política y silenció voluntariamente su voz.
Es aquí donde comienza la segunda
etapa que yo aprecio en el movimiento ecologista y en la cual hay que tener en
cuenta, por una parte, que algunas fuerzas políticas definitivamente
desplazadas del arco parlamentario invaden el campo de la ecología, que se
había mostrado útil para las movilizaciones. Al mismo tiempo, líderes
expectantes de partidos clandestinos que se ven desplazados llegan también
personalmente a este movimiento. Y en segundo lugar, y esto es lo que más se ha
perjudicado, los profesionales sin éxito del periodismo, de la geografía, la
biología y cuerpos profesionales como los ingenieros de caminos, los
arquitectos y los ingenieros de montes, invaden este movimiento con siglas que
se multiplican por centenares en un intento de llevar a su parcela la mayor
parte posible del presupuesto nacional, en el caso de los colectivos, o de
conseguir algún trabajo en el campo de los profesionales.
El matiz lo da quienes patrocinan
los intentos de aglutinar a todos los ecologistas. Se hace en septiembre de
1977 Cercedilla después de haber intentado sin éxito secuestrar AEORMA, y lo
patrocina el ICONA, que cede la finca e instalaciones que regenta en el monta
de Cercedilla y el dinero lo proporciona el Colegio de Ingenieros de Caminos de
Madrid. Allí se lleva a cabo el intento de reaglutinar bajo un mando único a
casi medio centenar de siglas aparecidas en pocos meses.
Asisten fundamentalmente
biólogos, geógrafos y otros profesionales ligados a este sector de los estudios
y de la Administración
y que constituirán siglas como AEODEN, ADELPHA, ALBE, Asociación Española de
Geografía, compuestas fundamentalmente de profesionales liberales, que crearán
una distorsión importante en el movimiento del medio ambiente urbano, mirando
constantemente al campo lejano de Gredos o a la ballena boreal. Actitud que
políticamente quiere decir mucho.
Quienes venían de las
organizaciones políticas se quedan, por así decirlo, con todo lo antinuclear,
que moviliza masas, y eso lo hace fundamentalmente el Movimiento Comunista (MC)
y gente descolgada de partidos comunistas. También existían anteriormente en
todos estos movimientos de masas unos individuos que más tarde se les conocería
como <<pasotas>>, que se caracterizaban por ser un museo andante de
la pegatina y que, como no se sabía dónde meterlos, comenzaron a llamarles
libertarios, siendo ahora los conocidos litroneros, que aportaron a este
movimiento antinuclear una serie de <<antis>> de todo tipo que
desprestigió en buena medida a este sector.
Así quedaría escindido el
movimiento ecologista en tres grandes núcleos: los antinucleares, que engloban
a pacifistas y antimilitaristas; los naturalistas, que se corresponderían con
la gran mayoría de siglas; y una minoría desorganizada de ambientalistas
urbanos.
El movimiento ecologistas intenta
organizarse en repetidas ocasiones: Valsaín, Cercedilla y Daimiel, fracasando
una tras otra. Los autores del libro Para una historia del movimiento ecologista en España –muy parcial- nos dicen que
<<la continua dinámica de creación y extinción de grupos se ha mantenido
como una constante del movimiento, lo cual permite una gran agilidad de
respuesta ante problemas concretos, al tiempo que evitan problemas de
fosilización evidentes en las formas más clásicas de organización>>.
Este movimiento es activo en los
años que van desde 1978 hasta 1982-83, en que los socialistas, que de alguna
manera se habían incorporado a él, ganan las elecciones generales. Todos los
colectivos esperan al principio grandes cambios en la política ambiental del
Gobierno, que tiene la habilidad de desviar la atención hacia dos temas
internacionales: la ballena y el vertido de residuos en las fosas atlánticas de
relativa cercanía a Galicia, en lo que es apoyado por todos los grupos
antinucleares y naturalistas.
Sin embargo, el medio ambiente
interior, esto es el nacional y sobre todo el urbano, entra en una época de
dejación importante. El retraso que teníamos en la legislación sigue existiendo.
No se ha promulgado la Ley
General del Medio Ambiente y solamente seis años después de
estar en el poder se ha presentado una Ley General de Protección de la Naturaleza, cuyo
borrador deja muchísimo que desear.
Hay no obstante una innovación que
se introduce en nuestro Derecho positivo además del artículo 45 de la Constitución, y es en
1983 el llamado delito ecológico del artículo 317 bis del Código Penal, que
tiene varias pegas y una fundamental, que es condicionar el delito a la
infracción de una ley o reglamento protectores del medio ambiente. Y resulta
que no existen leyes o reglamentos suficientes y, sobre todo, que los que
existen tienen una complicación tal a efectos de prueba que, salvo la buena
disposición del Tribunal, hace prácticamente inaplicable esta legislación,
reclamada ya por el movimiento ecologista desde el año 1975 y cuya necesidad
puso de manifiesto el Informe de la
Fiscalía de Huelva que denunció la situación del medio
atmosférico en aquella capital, y que aún hoy en día sigue igual.
No obstante, la norma ha servido
para algunas acciones de importancia como en el caso de la central
termoeléctrica de Verga, sentenciada por la Sección de Tercera de la Audiencia de Barcelona a
una importante pena, y que tiene importancia entre otras cosas por ser la
primera de una cierta envergadura.
La entrada de España en la Comunidad Europea
ha supuesto, entre otras cosas, la obligatoriedad de internalizar en el Derecho
español una serie de reglamentos de obligado cumplimiento, cuya enumeración
tendremos oportunidad de conocer en estas Jornadas. De esta obligatoriedad se
pueden plantear cuestiones de interés tanto para su directa aplicación como,
por supuesto, para ser soporte del delito ecológico y que sin duda darán una
nueva vida a este movimiento ecologista, muy languidecido actualmente por las
subvenciones, pero que ha sido el protagonista de formar una opinión ecológica
en el país y exigir de los poderes públicos una serie de medidas y actitudes,
que si bien tardíamente, han llegado a ser Derecho positivo, aunque quede aún
mucho camino por andar, camino que, por otro lado, reclama la colaboración
activa y la mejor comprensión de un colectivo como el que asiste a estas
Jornadas, al que, como el resto de la sociedad, le corresponde también el
derecho a respirar limpio y de disfrutar la naturaleza, y el deber, como al
resto de la sociedad, de poder dejar a las generaciones futuras al menos lo que
hemos recibido de la anterior.